Santo Domingo. – El Gran Santo Domingo y varias provincias del país llevan días a merced de los apagones. El servicio eléctrico, que debería garantizar estabilidad y confianza, se ha convertido en la mayor fuente de frustración ciudadana.
Los cortes se extienden por horas, provocando protestas espontáneas en barrios como Jacobo Majluta, donde vecinos golpean cacerolas para hacerse escuchar.
En otros sectores como Los Mina, Ensanche Isabelita, Villa Mella, Sabana Pérdida, Los Alcarrizos, el clamor y la queja por las largas tandas de apagones no se hace esperar.
La indignación trasciende lo popular y alcanza a figuras del entretenimiento como el comunicador Raulito Grisanty, el cantante Vakeró, el urbano Bulin 47, el comediante Fausto Mata (Boca de Piano), la actriz y cantante Chelsy Bautista, así como el rapero Toxic Crow han denunciado públicamente la gravedad del problema, alertando que no se trata solo de incomodidad, sino de un impacto directo en la economía y la vida cotidiana.
Entre excusas y realidades
Las autoridades han atribuido la ola de apagones a “mantenimientos programados” y a la salida de varias plantas generadoras.
Sin embargo, la magnitud de las interrupciones revela un sistema en crisis. Punta Catalina II, la planta que debía ser la columna vertebral del sistema, salió de servicio por problemas técnicos y dejó expuesta la fragilidad de la red.
El Gobierno asegura que “trabaja en soluciones”, pero la ciudadanía ya no compra discursos.
Las promesas de nuevas inversiones en generación y reducción de pérdidas siguen sin verse reflejadas en un servicio digno. Mientras tanto, los apagones golpean con crudeza a colmados, salones de belleza, talleres y pequeñas empresas que dependen al 100 % de la energía eléctrica para sobrevivir.
El costo social de vivir apagados
Los efectos son tangibles, alimentos dañados, electrodomésticos quemados, estudiantes que no pueden cumplir con sus clases virtuales y familias obligadas a pasar noches enteras sin ventiladores ni refrigeración en medio del calor sofocante.
La desesperación se traduce en protestas callejeras, reclamos en redes sociales y un sentimiento generalizado de abandono.
El déficit que no se cuenta
Detrás de esta crisis subyace un agujero financiero que ronda los US$1,700 millones en el sector eléctrico, una cifra que condiciona cada decisión y retrasa inversiones urgentes. Sin planificación real, cualquier falla técnica se convierte en un apagón nacional.
Hoy, la pregunta no es cuántas horas de apagón habrá, sino qué tan dispuesta está la gente a tolerar un servicio cada vez más caro y deficiente.



